Una forma estupenda de explicar la inteligencia artificial (IA) es a través de una metáfora: la magia.
Pero no la magia de conejo y chistera. La otra, la de Merlín. Esa donde con un meneo de varita o un par de filigranas con los dedos ocurren cosas imposibles.
La IA sería la disciplina en sí, como la asignatura de Encantamientos de Harry Potter.
El programa a utilizar sería el instrumento, la herramienta en sí, la varita que canaliza esa magia…
Los prompts serían los hechizos. Es decir, las palabras que el mago utiliza para desencadenar un efecto mágico.
Porque sí, con ciertos prompts ocurre algo mágico.
¿Me vas a decir que crear algo así a partir de un puñado de palabras no es magia?
Esta imagen ha sido 100% generada por una IA, basándose únicamente en datos y patrones numéricos.
Y como todo hechizo, debe hacerse correctamente. Si se pronuncian mal las palabras invocas demonios horribles que te atormentan. Algunos de esos demonios tienen siete dedos en cada mano, caras monstruosas y articulaciones antinaturales. Lo que viene a ser un prompt mal ejecutado, vaya.
Resumiendo: si dices las palabras mágicas correctamente a través de una interfaz que «canaliza» tu creatividad, creas auténticos prodigios. Como todo un mago.
En serio, esto de la IA es magia. Ya lo verás.
Te podría decir que la IA utiliza algoritmos y modelos matemáticos complejos, como redes neuronales, para procesar grandes cantidades de datos, aprender patrones y tomar decisiones, emulando aspectos del pensamiento humano y la inteligencia para realizar tareas de manera automatizada y adaptativa.
Pero mola más pensar que esto ocurre por pura magia.
Del mismo modo que mola más pensar que los truenos son Thor azotando su martillo en lugar de una formación hídrica tirándose pedos.
Sí, sin duda, prefiero la poesía.